lunes, 2 de junio de 2008

ME GUSTA

Esta mañana lloviznaba un poco cuando estaba esperando el bus. Normalmente cojo siempre el mismo autobús, aproximadamente a las 7:30 de la mañana (algunos días se retrasa él y otros me retraso yo). Lo conduce un autobusero joven y con pinta de majo. Se que repito bus porque, aparte de las pintadas y el asiento quemado donde intento sentarme todos los días, tiene una característica especial: el marcador.
El marcador es ese letrerito luminoso que tiene el autobusero encima del cogote pero del otro lado del cristal. Indica la hora, temperatura y el stop. Dicho artefacto tiene un pequeño fallo. Nunca ha bajado de 39ºC ,y hoy marcaba 48º. Eso, en esta época del año, es requetemucho.
El calor de los autobuses urbanos es muy característico. Es como un bochorno, que tienes que aguantar con el abrigo y la bufanda puesta en invierno, porque como se te ocurra quitártelo, luego quieres ponértelo antes de bajar para no congelarte o mojarte y corres el riesgo de sacarle un ojo a alguien, como las señoras-vuelta armadas con paraguas (eso os lo cuento otro día) y el olor de ese calor húmedo es a tigre. Bueno, nunca he olido un tigre de cerca, pero si he estado en el zoo y es muy parecido a cuando te acercas al foso de las fieras
.
En el bus me encuentro casi todos los días con la misma gente. Me suelo sentar con una señora mayor, que coge el bus una parada antes que yo (la mía es la segunda y ella no se sube conmigo, de ahí la deducción) y nos apeamos ambas en la misma (Torrejón city-centre) con nuestras compañeras de la derecha: madre e hija, que todos los días le pregunta a grito pelado si hoy van a ir al parque de los árboles, y voy a deducir que la niña se come los botones del abrigo, porque por lo menos una vez a la semana, la madre está cosiendo cuando yo me acomodo en mi asiento mullido y lleno de … También me acompañan la chica de los ponchos (tiene dos, y ya puede ir en tirantes o con una zamarra del ejercito que ella siempre va con uno de sus ponchos aparentemente made-in-feito-na-casa) dos adolescentes con la marca de la almohada en la cara, una rubia despampanante que siempre va con unos taconazos impresionantes, El hombre bajito de la cabeza sembrada de mechoncitos de pelo (puede que sea peluca, pero no estoy segura)… y alguno más que ahora se me escapa.
Pero hoy he “conocido” a una personita nueva. Bueno, personita pensaba yo. Aparentemente se subió una abuelita encantadora. Bajita, con su bolsón de ir al mercado y su pelo canoso tirando a lila. El bus iba a reventar, y como iba tan apabullada entre la multitud, le ofrecí mi asiento. Me sonrió gentilmente y me dijo: Gracias guapa, pero ya me bajo pronto. Hasta ahora todo bien. Pero las apariencias engañan… Aún no se como, miré hacia sus pies, y me encuentro a la abuela calzando unas pedazo de botas militares que me dieron miedo. Yo creo que hasta llevaban punta de acero camuflada, pero no me atrevo a asegurarlo. Su cara tornaba de expresión y hacía comentarios para el cuello de su blusa cada pocos segundos. Me relajé. Disfruté de la lectura de mi libro haciendo pequeñas pausas para ponerme disimuladamente la mano en la nariz a modo de filtro y respirar el agradable perfume de mi crema de manos.
Pero empezó. Tocaba bajar del bus. Justo una antes de la mía. Se hizo notar, vaya que si lo hizo. Empezó a molestarse en voz alta porque la gente le pedía que si por favor le dejaba bajar. Bueno, la que se armó. La señora dulce que se había subido al bus ya no estaba. En su lugar había una vieja loca meneando un bolso gigante lleno de sabe Dios que gritando a diestro y siniestro. Pero lo mejor fue cuando todo el bus se quedo en silencio admirando el espectáculo como si hubiera pasado un ángel (que contrariedad) y la señora grito a pleno pulmón… Y AÚN ENCIMA ABORÍGENES.
¡Esto es Madrid, y me gusta!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Isa, eres una gran analista. Yo también juego al quien es quien en los lugares públicos...